Kracauer empezó en el salón de mi casa. Conforme iba terminando canciones las maquetaba con el portátil y, una vez que tuve seis o siete, nos pusimos a grabarlas en un "home studio" que construimos en el local de ensayo de Val.Veider, mi antiguo bajista, ahora productor y técnico de sonido. Kracauer nació así, en una especie de “Lo-fi” obligatorio. Por falta de medios, en parte, pero también por la necesidad de tener tiempo para construir el sonido desde cero. Ya con los temas grabados llegó Daniel Cano, empezamos a preparar las secuencias y los sintetizadores para directo, y terminó tocando el bajo. Luego encontramos a Marcelino Navarro, que se encarga de la batería y los disparadores. Y, al final, llegó mi hermano, Pablo Cerdá, que lleva los teclados en directo.

SONIDO — Kracauer arranca con un primer LP, “…en la era de la reproducción digital”, que se publicará en otoño. Tal vez hay algo del synth-pop ochentero que sonaba en la casa de mis tías cuando era pequeño. Tal vez hay algo de volver a las camisas de franela de los noventa. Pero luego están las cajas de ritmos con las distorsiones, los sintetizadores digitales con las acústicas... La historia empieza con 45 minutos de música que miran hacia atrás y hacia delante.

ESCRITURA — Si Roland Barthes tiene razón, las letras de este primer disco son solo en parte mías y, quizás como en todos los textos, mis palabras se mezclan con las que han dicho otros. Escribiendo estas canciones me he cruzado brevemente con Joseph Conrad y con Beck Hansen, con “Jota” y con Mucho Muchacho, con William Faulkner y con Roy Batty, con T.S. Eliot y con Julian Casablancas, con Frank Black y con alguno más que ahora seguro se me escapa. Total, para terminar hablando de mis temas de siempre. De la pérdida, del dolor, del trauma, de la derrota, del desencanto, del abandono…

IMAGEN — La portada del LP es un óleo de Madrid en negros y grises con el que ando obsesionado desde hace un tiempo. En la línea “Lo-fi” del disco, nos lo ha cedido su increíble autor, Gerhard Richter, por una cantidad ridícula.

Juanfra Cerdá